Aunque con un poco de retraso, es hora de empezar con la propuesta que os hice de evaluar las diferentes opciones de que disponemos en la actualidad para enfrentarnos a la cantidad masiva de residuos que generamos.

Hace unas semanas os introduje los diferentes grupos en que podían clasificarte estas soluciones: eliminación, valorización energética, reciclaje, reutilización y prevención. 

Empezaremos por la eliminación, el menos deseable de los finales de nuestra basura.

En este artículo debe entenderse “eliminación” como la disposición de residuos en vertederos, práctica que está reglada legalmente en la directiva europea 1999/31/CE y cuya aplicación concreta en España se recoge en el Real Decreto 1481/2001.

Todos estos documentos legales indican la importancia de llevar a cabo una disposición responsable de los residuos, de manera que entrañen el menor peligro posible para el entorno natural y la población.

El vertido es la forma más simple y directa de deshacerse de los residuos, también la más antigua. Simplemente consiste en almacenarlos en algún lugar concreto que minimice los efectos perjudiciales sobre la población que los genere.

VERTEDEROS INCONTROLADOS

En principio, la basura podría acumularse en cualquier lugar sin ningún tratamiento previo, suponiendo una forma increíblemente sencilla y económica de deshacerse de ella. Pero, como sabemos, las consecuencias de esta práctica son muy negativas e incluso peligrosas. A pesar de esto, estos vertederos incontrolados o clandestinos siguen existiendo, una situación especialmente grave en países en vías de desarrollo a la que no deberíamos ser ajenos.

¿Cuáles son los riesgos de este tipo de vertedero?

Para empezar, la acumulación de residuos de manera incontrolada ocasiona problemas directos de salud pública como olores o plagas de roedores y mosquitos, que prosperan en estos lugares, y las enfermedades que pueden transmitir.

Otros problemas menos evidentes pero igualmente graves están relacionados con la emisión de gases, normalmente fruto de los procesos de fermentación de la materia orgánica o bien de reacciones químicas. La mayor parte de los gases emitidos es metano producido por fermentación anaerobia; sus efectos son el riesgo de incendios y explosiones así cómo su gran capacidad para contribuir el efecto invernadero.

El cloruro de vinilo, el benceno o el tricloroetileno son gases tóxicos y peores aún son las consecuencias de las dioxinas formadas si los residuos clorados son expuestos a altas temperaturas, por ejemplo durante un incendio.

Durante el almacenamiento de los residuos a la intemperie en un entorno natural y no preparado, el agua de lluvia puede arrastrar sustancias tóxicas contenidas en la basura. Estas corrientes pasan al suelo y los acuíferos, contaminando seriamente el suelo y el agua.

Se han llegado a identificar hasta 200 compuestos diferentes en estos lixiviados, entre los que destacan por su peligrosidad los compuestos organoclorados (tóxicos y cancerígenos) o los metales pesados como el plomo, el cadmio y el mercurio con efectos devastadores en el sistema nervioso, riñones, hígado, etc. Además, muchas de estas sustancias son persistentes y bioacumulables, lo que significa que se “transmiten” a través de la cadena trófica y se acumulan en los tejidos.

 

VERTEDEROS CONTROLADOS

Todos estos problemas intentan minimizarse en lo posible en los vertederos controlados, que deben cumplir ciertas condiciones relacionadas con su ubicación (distancia a zonas residenciales y recreativas, aguas cercanas, características geológicas y orográficas de la zona, etc), lixiviados (evitar su formación, recoger y tratar los que se produzcan), protección del suelo (barreras geológicas, revestimientos, etc) o control y tratamiento de los gases emitidos (consultar el Anexo I de la Directiva 1999/31/CE para una descripción más detallada).

Por tanto, en un vertedero controlado, los residuos deben someterse a unas medidas específicas de contención. Normalmente, la basura se compacta, se cubre con ciertos materiales y se entierra, capa a capa. Debajo debe existir un sistema de retención de lixiviados y debe contar con un sistema de extracción y contención de los gases formados.

 

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Se distinguen tres tipos de vertederos según las sustancias que almacenan: de residuos peligrosos, no peligrosos e inertes.

Desgraciadamente, el vertido controlado no es solución para los problemas más evidentes de la generación de residuos. Más de 7.000 metros cúbicos de residuos (sin compactar) se producen en España cada día, lo que equivale a llenar un campo de fútbol con una torre de basura de unos 110 m. Cada día. Está claro que el almacenamiento subterráneo de residuos sólidos no es una solución a largo plazo, ya que la capacidad de almacenamiento es limitada.

Por otro lado, esta forma de deshacerse de los residuos supone un derroche de recursos materiales y energéticos que podrían aprovecharse en cierta medida.

Además, no todos los vertederos controlados cumplen con las condiciones y exigencias que hemos visto anteriormente en relación a su seguridad, como mostró el informe de ATREGUS.

Es por estos problemas por los que el vertido de residuos es la forma menos deseable para el fin de vida de los residuos.

¿Por qué sigue existiendo entonces?

A pesar de los muchos tratamientos de reciclaje y valorización energética que existen en la actualidad, su uso no es completamente generalizado y, aunque lo fuera, su rendimiento no es del 100 %, es decir, estos tratamientos siempre generarán residuos que quizá no puedan aprovecharse. El fin de estas sustancias sigue siendo, hoy por hoy, el vertedero.